El envoltorio carece de importancia.
Hola:
Había una vez un hombre pequeñito, así se consideraba él, que abrumado por su medida deseaba aumentar su estatura. Para ello utilizaba todo tipo de artilugios que le ayudara a ganar algún centímetro de más. Con ello se reconciliaba consigo mismo y se sentía algo más seguro. Conseguía de esta forma vencer uno de sus complejos, para él el más grande.
Lo cierto es que su altura física no era más baja que la de muchos de sus coetáneos. La estatura media de los hombres de su generación indicaba que la suya estaba ligeramente por debajo, tal sólo unos cinco centímetros. Pero, para él esa poca distancia era como un palmo y eso fue marcando su vida, desde la adolescencia hasta su madurez. Luego, entrado en años, se dio cuenta de que aquel palmo se reducía a unos dedos y dejó de lado el uso de aquellos raros artefactos elevadores.
Paradójicamente, con el paso de los años, aquel hombre había percibido que ya no era el más pequeño. Había aumentado el número de hombres bajitos. Las nuevas generaciones habían ido subiendo el listón de la talla física y ahora él era uno más de los que apenas llegaban, sin alzar la cabeza, al hombro de la mayoría de los más jóvenes.
Todo aquello que le había consumido internamente, que le había hundido en sus puniciones, era hoy un mal sueño del que olvidarse, como una desazón de adolescente que se desvanece a las horas.
Liberado de su gran complejo, empezó a pensar en los inútiles y vanos intentos de aparentar unos centímetros más alto a la vista de los demás. Todo aquello que le había consumido internamente, que le había hundido en sus puniciones, era hoy un mal sueño del que olvidarse, como una desazón de adolescente que se desvanece a las horas.
José es el nombre de ese hombre. Una persona de gran talento, trabajador nato, hábil orador y con buena pituitaria para los negocios. Dos veces arruinado, tres levantado, sigue al mando de su propia empresa. Una compañía mediana que comercializa con éxito productos y componentes hidráulicos. Le conozco desde hace bastantes años y he mantenido con él charlas muy agradables.
En cierta ocasión, hace ya un par de décadas, me habló acerca de la importancia del envase.
«Amigo, -me decía- los productores de bienes de consumo dan gran importancia al envase. Ahí tienes a la industria del perfume que dedica amplias sumas al diseño de cada frasco. También pasa lo mismo con los fabricantes de cosmética. Estas compañías compiten entre sí, no sólo por el contenido sino por el continente. Y lo mismo sucede con otros artículos de consumo, para los que el envoltorio es de suma importancia. Tanto, que en algunos casos el recipiente sirve como distintivo de la marca.
Damos tanto valor al envoltorio que no concebimos hacer un regalo sin que esté adecuadamente envuelto para ello. Sería como regalar algo insulso, sin valor, sin gracia. Un regalo sin la debida cortesía.
Atrás quedaron aquellos tiempos del granel. Cuando uno se traía de casa el envase en el que el tendero introducía la mercancía. Recipientes como lechera, alcuza y garrafa servían para transportar líquidos hasta casa. Hoy la leche, el aceite o el vino se venden envasados.»
Pocos colman las ansias de aprendizaje, tal vez porque no quieren ser avaros con el conocimiento y prefieren ser generosos con la ignorancia, mostrándola como trofeo de su estulticia.
José llevaba y sigue llevando razón. La superficialidad de las cosas es cada vez más evidente. Seguimos siendo manipulados por la levedad de la envoltura y no nos fijamos más allá. Nos dejamos engatusar por la apariencia y no por la excelencia. Prestamos excesiva atención a la forma y dejamos de lado el fondo. Nos venden humo y creemos que compramos claridad.
Sin duda, los avances tecnológicos facilitan nuestra vida. Disponemos de más tiempo para nuestro ocio, vivimos más años, tenemos a nuestro alcance herramientas que nos permiten, con un simple clic, ampliar nuestra sapiencia. Nunca el ser humano ha tenido a su alcance tanta información. Y, sin embargo, paradójicamente, de manera ininteligible, se obvia esta capacidad. Pocos colman las ansias de aprendizaje, tal vez porque no quieren ser avaros con el conocimiento y prefieren ser generosos con la ignorancia, mostrándola como trofeo de su estulticia.
Convendría volver al granel. Hemos ido perdiendo su gracia. Ahí el producto se mostraba tal cual, sin celofanes que pudieran opacar la materia. Era una forma más real de exponer las cualidades. Toda la atención se prestaba al objeto, a sus condiciones y características, sin otro escudo que las respuestas del tendero a las preguntas del cliente. Con respeto, con educación y con decoro.
Sin importar sus cualidades y capacidad, José vivió parte de su vida esclavo de su complejo. Su envase, como él decía, no vendía. Se sentía reo de su estampa y menospreciado por sí mismo. Sólo superó tal adversidad cuando se dio cuenta de que el envoltorio carece de importancia.
Saludos.
T.McARRON