Historias vivas de ayer y de hoy
Hola:
Era el mes de mayo del año 1973 y llegado el día 24 la señora Benigna cumplirá 65 años de edad. El mes anterior había acudido a la gestoría que durante más de 15 años tramitó eficazmente los papeles de su marido. Quería saber si tenía derecho a percibir algún tipo de pensión y, caso de tenerlo, informarse acerca de los requisitos necesarios para solicitarla.
Eligió dedicarse en cuerpo y alma a la crianza de su prole y a las labores de la casa. Ambas cosas, en especial la educación de sus tres hijos, absorberían su tiempo
Desde que se casó, al poco de instaurarse la II República, eligió dedicarse en cuerpo y alma a la crianza de su prole y a las labores de la casa. Ambas cosas, en especial la educación de sus tres hijos, absorberían su tiempo. La mujer no trabajó más allá de las paredes de su hogar, a excepción de un corto periodo de seis meses como ayudante de tejedora en un telar de Barcelona que dejó al casarse.
En mitad de una primavera más calurosa de lo normal, Benigna fue preparando todos los papeles que la gestoría le había solicitado para tramitar su deseada pensión de jubilación. Su marido, taxista de toda la vida, ya era pensionista desde hacía un par de años antes.
Sabía que el papel más complicado de encontrar o conseguir sería el que atestiguara que trabajó por cuenta ajena. Según la gestoría no importaba el tiempo trabajado, bastaba con un día, pero había que acreditarlo. La Ley decía que se debía haber estado afiliado al Régimen del Retiro Obrero con anterioridad al año 1940, que era su caso, o bien tener cotizados 1.800 días al Régimen del Seguro Obligatorio de Vejez e Invalidez, antes del 1 de enero de 1967.
El problema era que la empresa donde trabajó ya no existía y Benigna no conservaba ninguna hoja salarial, salvo un documento donde la empresa le reconocía la categoría laboral de ayudante. Un par de preguntas se mezclaban en la mente de Benigna, ¿valdrá?, ¿será suficiente? Si todo iba bien cobraría una pensión de 5.000 pesetas y eso no la dejaba dormir.
Era el mes de octubre de 1973. El otoño que acababa de empezar se auguraba complicado, dado el entorno y situación internacional.
Miguel es un joven de 23 años que acaba de finalizar su Servicio Militar. Acostumbrado a trabajar duro desde temprana edad, se dedica, junto a su padre, al transporte de paquetería. Con un excelente olfato para los negocios, tiene ganas de ampliar y modernizar la agencia que heredará. Sin embargo, carece de recursos propios para llevar adelante una idea que hace tiempo le ronda por la cabeza.
Las Mutualidades Laborales conceden créditos de 300.000 pesetas en excelentes condiciones, y él tiene derecho a uno de ellos
Asesorado por su buen amigo Víctor, que conoce bien la legislación laboral, sabe que las Mutualidades Laborales conceden créditos de 300.000 pesetas en excelentes condiciones, a un tipo de interés mínimo comparado con el bancario del momento, y él, como trabajador autónomo que es, tiene derecho a uno de ellos. Sólo se trata de reunir y presentar la documentación pertinente y esperar que se le conceda.
Los requisitos básicos no son excesivos y Miguel parece reunirlos. Estar afiliado a la Seguridad Social, ser mayor de edad -en esa época 21 años-, tener cotizado un mínimo de 700 días en los últimos siete años y no padecer incapacidad que merme la competencia laboral. Además, se trata de un crédito de garantía personal, fundamentado en la honorabilidad, competencia, laboriosidad y responsabilidad del trabajador.
Apoyado en su amigo reúne toda la documentación exigida y a primeros de noviembre presenta la solicitud. En un par de meses la Administración resolverá y le comunicará si se lo concede. Es tiempo de espera. Mientras tanto Miguel se pregunta, ¿vendrá aprobado?
Marchaba febrero de 2016. Un tiempo complejo en lo económico y turbulento en lo político. Juan acaba de cumplir 62 años de edad el pasado 29 de Enero. Empezó a trabajar cuando aún no había cumplido los 15 años, allá en 1968. Su vida laboral ha sido variopinta por cuanto ha combinado multitud de trabajos en diferentes empresas. Algunos de ellos de escasa duración y otros de larga. En unos casos consciente de que no se cotizaba por él y en la mayoría seguro de que la empresa atendía sus obligaciones sociales.
Encontró un certificado de la compañía, otorgado en 1982, que acredita la relación laboral con dicha empresa desde el 10 de septiembre de 1978
Juan está preocupado porque el informe de su vida laboral no recoge un periodo de casi 5 años, de 1978 a 1983, en una empresa en la que estuvo empleado hasta 1986. Como si la entidad empresarial para la que trabajó durante 8 años hubiese eludido la obligación de cotizar por él durante ese espacio de tiempo.
Juan no dispone de hojas de salario de esos años. Como él dice, “las mudanzas han quemado parte de mi historia”. Aunque, tras buscar en montones de papeles que no ‘ardieron’ encontró un certificado de la compañía, otorgado en 1982, que acredita la relación laboral con dicha empresa desde el 10 de septiembre de 1978, afirmando a su vez que Juan se hallaba afiliado y al corriente en el pago a la Seguridad Social, cuando menos hasta su fecha de emisión.
A primeros de septiembre pasado, Juan recibía una carta de la Tesorería de la Seguridad Social desestimando su Recurso de Alzada, en el que pedía se le reconociera ese periodo de tiempo trabajado y cotizado, que justificaba mediante la carta expedida por la empresa.
Acaba de dar comienzo el otoño de 2016. Raúl es un empresario que se ha hecho cargo hace poco más de un año del negocio familiar. Una empresa veterana, dedicada al transporte de paquetería y mensajería urgente, que pretende modernizar y diversificar, dado el alto grado de competencia del sector. A sus 34 años se halla preocupado porque su proyecto requiere una importante inyección de capital y el sector bancario no anda por la labor de facilitarle la tarea.
Las entidades bancarias van dando largas a su petición, bajo la excusa de un contexto no propicio a aventuras
Dos de las entidades bancarias con las que su empresa ha trabajado a lo largo de los años van dando largas a su petición, bajo la excusa de un contexto no propicio a aventuras, que en todo caso necesitaría algo más que el aval empresarial.
Raúl, que por naturaleza es optimista, sigue negociando y perseverando, si bien, por un lado los impedimentos y por otro las condiciones que se le imponen van mermando su convicción. A pesar de todo, sigue a la espera…
En estas fechas desconozco como acabará la historia de Juan, que ha decidido solicitar la ayuda de un profesional del Derecho y recurrir la desestimación de la Seguridad Social. Lo último que sé es que está a la espera de recibir una resolución por parte del Tribunal Contencioso Administrativo. Tampoco sé que ocurrirá con la viabilidad del crédito que necesita Raúl.
Lo que si conozco es cómo acabaron las historias de Benigna y Miguel. Y lo sé porque fui testigo de ellas. Ambos expedientes los presentó en el organismo oficial correspondiente un muchacho que trabajaba como principiante en aquella gestoría. Ese joven era yo.
A Benigna le reconocieron su derecho a pensión y a Miguel le concedieron el préstamo que solicitaba.
Por cierto, Juan es nieto de Benigna y Raúl hijo de Miguel. ¡Lo que es la vida!
Y es que cotejar el ayer y el hoy nos debería abocar siempre a la reflexión, porque no necesariamente todo tiempo futuro tiene que ser mejor.
Ya, hace siglos, el excelso Jorge Manrique dejó escrito:
…
No curemos de saber
lo de aquel siglo pasado
qué fue de ello;
vengamos a lo de ayer,
que también es olvidado
como aquello.
Saludos.
T.McARRON