SER ANTIFRANQUISTA ESTÁ DE MODA, PERO CARECE DE MÉRITO

Franco y Juan Carlos


No es la exaltación, sino la valoración de Franco lo que tanto molesta

 

Hola:


Ser antifranquista está de moda. Es lo que se lleva desde hace poco más de diez años. Y como en toda moda son, en su mayoría, los más jóvenes los que se apuntan a ella, aunque también los hay creciditos. La industria de la mentira, que tanto poder tiene hoy, se encarga de fabricar, con tela manipulada, la vestimenta que se ha de llevar. Todos ellos, chicos y grandes visten el traje confeccionado a medida, sin tan siquiera detenerse a mirar si el paño es de la calidad que se anuncia.


Siempre he pensado que los españoles tenemos una buena dosis de anti. Por lo menos así era antes: nos oponíamos por principio y éramos contrarios a casi todo. Mucho teníamos que conocer el percal que nos intentaban vender, antes de comprarlo. Ahora no estoy nada convencido de lo anterior. Aparece en televisión cualquier supuesto experto en omnisciencia, respalda la mayor memez, y sin más la aceptamos; sin plantearnos la mínima duda, sin cuestionarnos nada, sin tan siquiera pensar.


Nunca la obsesión con un personaje muerto ha llegado a tal cota de obstinación. Cuesta entender que pasados cuarenta y tres años desde su fallecimiento, Franco siga despertando tanta inquina. Cuesta entenderlo si no fuera porque quien lo promueve es la actual clase política. Una clase devenida en casta que deshonra la política; y unos politicastros que en su mayoría medran y a los que convendría recordarles su procedencia. Algunos, hijos de padres a los que les faltaron redaños para enfrentarse al que califican de dictador; otros, nietos de sumisos servidores del régimen que tanto maldicen.


Cuesta entender que pasados cuarenta y tres años desde su fallecimiento, Franco siga despertando tanta inquina.


Para algunos que ya peinamos canas, Franco fue ante todo un patriota, un fiel servidor del Estado, que gobernó con puño firme y duro. Lo digo yo, que siendo un mozuelo sufrí su dureza como consecuencia de mi paso por aquel PCE de los setenta. Yo sí puedo decir que en mi juventud ejercí de antifranquista. Y aunque lo fuera más por rebeldía que por convicción, lo hice mientras vivía Franco, cuando ello podía tener algún valor o significado. ¿Qué sentido tiene ahora ser antifranquista? Ninguno; ni el personaje vive, ni nada queda de aquel régimen.


El paso del tiempo me ha permitido observar con perspectiva la obra de Franco. Ahora, sin la fogosidad y el atrevimiento que provoca la temprana edad, y con el comedimiento y el sosiego que dan los años, puedo hablar de aquella época. De aquel franquismo que tras el asesinato de Carrero quedó herido de muerte. De aquel tardofranquismo que en el fondo se iba preparando para el cambio. Un cambio que fue posible principalmente por dos factores: uno, el arraigo de una clase media nunca tenida hasta entonces y, dos, la inmensa generosidad de aquella categoría política. Sin lo uno y lo otro no hubiera sido posible la llamada transición democrática. Es más, cada vez estoy más persuadido que sin Franco habría sido imposible la permutación de manera pacífica. O lo que es peor, tal vez hubiéramos tenido que esperar a que cayera el Muro.


Un cambio que fue posible principalmente por dos factores: uno, el arraigo de una clase media nunca tenida hasta entonces y, dos, la inmensa generosidad de aquella categoría política.


No es mi intención enaltecer el franquismo. Lo que intento es dejar constancia de hechos incontestables que muchos se proponen esconder o tergiversar. Conviniendo que el mandato de Franco tiene luces y sombras, queda claro, y cada vez más claro según pasa el tiempo, que abundan más las primeras que las segundas. Podía no haber sido así, pero es así. Los que luego llegaron han ensalzado, con su actuación, la labor del General. Sólo un sectarismo ciego y una manipulación interesada pueden defender lo contrario.


En poco más de dos décadas, un país roto, aislado internacionalmente y hundido en la miseria se situaba como novena potencia industrial. Nadie hubiera dado un duro por ello después de la barbarie civil. A partir de 1958 se va construyendo un tejido industrial que apoya el nacimiento de una potente clase media. El PIB español se dispara, y las tasas de crecimiento llegan a cotas hasta la fecha no superadas: la media entre 1959 y 1973 es del 7.73 y 6.59 anual, según nos refiramos respetivamente al PIB real y a renta per cápita. Los españoles dejábamos de ser pobres y nos acercábamos a Europa. Así, a finales de 1973 la renta per cápita española se acercaba al 75% de la de países como Italia o Bélgica. Y todo ello en un país donde apenas se pagaban impuestos. Algo que sólo se puede explicar desde la eficacia y la honradez. Económicamente hablando el legado de Franco no tiene discusión.


En poco más de dos décadas, un país roto, aislado internacionalmente y hundido en la miseria se situaba como novena potencia industrial.


Pero no sólo la economía pone en evidencia la labor de quienes tomaron el relevo. Por desgracia, tampoco otros sectores de la sociedad salen bien parados con la llegada del cambio y el aterrizaje de los nuevos políticos. La inseguridad jurídica que padecemos, fruto de una legislación elástica y de una justicia maleable; la falta de libertad que sufren unos frente al libertinaje del que gozan otros; la ausencia de una prensa crítica cercada por la oficialista; la merma de patriotismo, que es penado en beneficio de un nacionalismo disgregador al que se premia; el latrocinio al que nos vemos sometidos, ya sea impositivo o delictivo; la inmoralidad extendida a diestra y siniestra, que protege la indecencia y corruptela de los suyos; el adoctrinamiento a nuestros hijos, que digerimos sin antiácido; en suma, la falta de coraje que invade una sociedad en su mayoría embotada que no se rebela ante nada.


Tras la muerte de Franco la inmensa mayoría de españoles nos propusimos mirar hacia adelante y olvidar viejas rencillas. Pocos fueron los que trataron de amarrarse al viejo régimen. Hasta la clase política del momento se dispuso para el cambio. Prueba de ello el harakiri que se hicieron aquellos procuradores en Cortes, al sancionar por inmensa mayoría la Ley de Reforma Política. Pues bien, toda aquella munificencia parece hoy olvidada. Hay quien prefiere volver a antiguas trincheras con el ánimo de ganar esta vez la guerra. Y, lo peor, con afán exterminador.


...no es extraño que se valore cada vez más la figura del General y toda su labor al frente del Estado. Valoración, que no exaltación, eso, tal vez eso, es lo que más molesta a estos modernos y valientes antifranquistas.


Políticamente hablando, España ha cambiado muchísimo en estos cuarenta y tres años sin Franco, y, a decir verdad, no todos los cambios han sido para bien. Los tres poderes del Estado han involucionado, han obviado la separación que se deben y han transformado la democracia en una memocracia, o lo que es igual, una especie de poder para memos. Por su parte, los partidos políticos se han ido convirtiendo en oligarquías y se han apoderado de la verdadera soberanía popular. Así las cosas, la esperanza puesta en aquella democracia que enterraba al franquismo se ha ido disipando, y hoy sólo queda decepción. Es tanto el desengaño que no es extraño que se valore cada vez más la figura del General y toda su labor al frente del Estado. Valoración, que no exaltación, eso, tal vez eso, es lo que más molesta a estos modernos y valientes antifranquistas.


Saludos.


T.McARRON

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