DEMOCRATIZAR LA VERDAD

democratizar la verdad


La verdad absoluta frente al relativismo

 

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Si haces una búsqueda a través de Google introduciendo como frase entrecomillada el título de este artículo, “Democratizar la verdad”, a día de hoy te aparecerán más de 120.000 entradas. Ello muestra que la expresión tiene, cuando menos, cierta relevancia.


De entre los resultados aparecidos en la búsqueda hubo uno que me llamó la atención, tanto por el personaje, el régimen político y la noticia en sí. Decía así: «Maduro destituyó a Rodríguez del Ministerio de Comunicación el pasado 13 de octubre, no sin antes agradecerle por dejar “fortalecido” el sistema de medios de comunicación del Estado y por “democratizar la verdad” en el país».


Analizada desde la perspectiva del idioma, usando la razón, la locución resulta un absurdo. La verdad no se altera por número de votos. La verdad no puede someterse a sufragio, salvo que lo que se busque sea ocultarla, negarla o manipularla. Si nos atenemos al concepto aristotélico, decir la verdad es decir lo que las cosas son. Así de simple; lo que es verdadero, lo es y lo que no lo es, no lo es. Pongamos un par de ejemplos.


Si pagas una compra que asciende a 15€, con un billete de 50€, no aceptarás que te devuelvan sólo 5€, con el argumento de que el billete que diste era de 20€. Ante una situación así te rebelarás y protestarás por el engaño. Claro está, siempre que estés seguro de ello. Si dudas, probablemente admitas que te has podido equivocar.


La verdad no se altera por número de votos. La verdad no puede someterse a sufragio, salvo que lo que se busque sea ocultarla, negarla o manipularla.


Ayer acudiste al campo de futbol y presenciaste como tu equipo ganaba de manera cómoda por 2 a 0, realizando además un buen encuentro. Hoy te levantas, miras el periódico y con sorpresa lees que tu equipo jugó mal y que gracias a la suerte que tuvo ganó el encuentro. En este caso, hay una parte del hecho, la relativa al resultado, que se mantiene fiel a la verdad, pero la opinión del cronista modifica parte de lo acontecido alterando en sí lo ocurrido, al pasar a segundo término el resultado. Posiblemente llegues a la conclusión de que el periodista miente o, tal vez, admitas que tu partidismo obnubiló tu juicio.


En ambos ejemplos la verdad es una. Objetivamente, el billete es de 50 € y el resultado es de 2 a 0, si bien en este caso hay una parte, la subjetiva, que no se ajusta a la realidad. Ello puede quedar como simple discrepancia de parecer, en la medida que tú seas capaz de mantener y dar valor a tu opinión.


Sigamos con el segundo ejemplo. Ahora, te pones delante de tu ordenador y visionas media docena de periódicos digitales. Vas a la sección de deportes y observas estupefacto como las crónicas de todos ellos se parecen a la que ojeaste sobre papel. Llegado a este punto, es muy probable que empieces a dudar y poner en cuestión tu criterio. La confusión planeará sobre ti y tal vez llegues a la conclusión de que aquello que viste no sucedió tal como lo recordabas. ¡Ya está!, tu pasión por los colores ha sido la causa de ello. Y, ¡cuidado!, la subjetividad, por cantidad, se convierte en objetividad.


Desde hace unas décadas ha ido calando en la sociedad el relativismo de las cosas. Frases como: “las cosas no son lo que parecen”, “todo tiene una explicación”, “no hay verdad absoluta” o “tú tienes tu verdad y yo la mía”, se han venido utilizando para relativizar cualquier hecho. Cabría preguntarse ¿por qué?, para seguidamente contestar: porque si no existe la verdad absoluta es mucho más fácil manipular. Sí, ¡al ‘poder’ le encanta!


Si tú tienes tu verdad y yo la mía, ambos estamos en posesión de la verdad. En este supuesto resulta absurdo hablar sobre algo que enfrenta tu verdad a la mía. ¿Para qué hablar si ambos llevamos razón?


Pero, la ausencia de una verdad absoluta no sólo beneficia al ‘poder’. Afecta a la comunicación entre seres racionales. Profundicemos. Si tú tienes tu verdad y yo la mía, ambos estamos en posesión de la verdad. En este supuesto resulta absurdo hablar sobre algo que enfrenta tu verdad a la mía. ¿Para qué hablar si ambos llevamos razón? Nunca llegaremos a entendernos. Será un diálogo de ‘besugos’, una pérdida de tiempo.


Dirán algunos, con buena intención, que hablando se entiende la gente. Que por ello es bueno dialogar. No seré yo el que rechace la bondad de la conversación. No obstante, no me negarán aquellos bienintencionados que eso es así si son ellos los que al final imponen su verdad, porque si es la suya la que sucumbe dudo mucho que alardeen del beneficio que conlleva la charla.


Una de las cosas que nos diferencia a los seres racionales del resto, es que podemos conversar. Sin embargo, para que una conversación, trascendente se entiende, tenga una finalidad es necesario la existencia de una verdad absoluta, ya que caso de mantenerse distintas verdades no tiene sentido. Por ello, o bien se impone una verdad a otra o sólo se produce incomunicación.


Por otro lado, si la verdad es relativa, el ‘poder’ siempre será arbitrario. Si la verdad no se ajusta a justicia, la ley también será arbitraria. Lo que ayer era bueno hoy puede ser malo o viceversa, simplemente porque la verdad ha cambiado de acera. Es cuestión de hacerla versátil y adecuarla al interés del ‘poder’. Los ‘mandados’ estarán siempre a merced del que manda, algo no tan diferente a lo que sucedía en el denostado absolutismo.


Teniendo en cuenta que para mentir es necesario conocer la verdad, los que la adulteran lo hacen a conciencia. Luego, cabe preguntarse, ¿cuáles son sus motivaciones? En algunos casos se descubrirán pronto, pero en muchos otros costará darse cuenta de ellas, en especial cuando quien lo hace es el ‘poder’, para quien la falsedad es un instrumento político.


Si la verdad es relativa, el ‘poder’ siempre será arbitrario. Si la verdad no se ajusta a justicia, la ley también será arbitraria.


Porque si buscar la verdad en la justicia puede resultar utópico, conformarse con cualquier verdad convierte a la equidad en pura arbitrariedad.


Alguien, y con razón, puede decir que hay casos en que la verdad es relativa. Es cierto, la verdad relativa también existe, pero ello no niega la absoluta. La percepción de un acontecimiento o la bondad de un alimento son ejemplos de esa verdad relativa. Afirmar que ayer no salió el sol o que el pan es un alimento bueno, puede que sea verdad en un determinado punto del globo o para una persona que no sea celiaca. Pero, no hemos de caer en la trampa de aceptar por ello la relatividad de la verdad. La verdad siempre es absoluta.

Lo que puede resultar relativo es el hecho sobre el que se dicta. Dicho de otra forma, hay hechos objetivos y hechos subjetivos.


El miedo es el principal factor que alienta la mentira. La falta de valor nos hace permeables a admitir falsas verdades. Si no nos rebelamos ante la mentira, seremos proclives a perder lo nuestro, porque al igual que en el primero de los ejemplos nos engañarán. El miedo, a su vez, provoca dudas y estas nos debilitan. Perdemos seguridad, nuestras convicciones se evaporan y la certeza nos abandona. Estamos a un paso de admitir cualquier sinrazón porque nuestra racionalidad merma y… entonces el ‘poder’ dispone de nosotros a su antojo.


El hombre actual está rodeado de información. Nunca en la historia conocida el hombre ha dispuesto de tanta reseña a su alcance. Entonces, puede que te preguntes, ¿cómo es posible que la verdad perezca?, ¿es que todo el mundo ha perdido la razón? Si todos piensan que el equipo jugó mal, ¿no seré yo quien esté equivocado? Acabas de perder la confianza en ti mismo. ¡Ya está! ¡Ahí la trampa! Desde tu soledad eres más vulnerable, mucho más que lo eras cuando sólo se discutía de futbol en los bares. Lo del futbol, por seguir con el segundo ejemplo.


El miedo es el principal factor que alienta la mentira. La falta de valor nos hace permeables a admitir falsas verdades. Si no nos rebelamos ante la mentira, seremos proclives a perder lo nuestro.


Entonces, ¿qué hacer?, ¿cómo defender la verdad?, ¿cómo enfrentarse al relativismo?


Con fe. Fe en ti y en tus principios. Sabiendo de antemano que aquellos que censuran tu fe, son los que luego te pedirán que creas en ellos.


Con fuerza. Dispuesto a afrontar el insulto y la amenaza, porque para ellos, los tolerantes, serás un intransigente simplemente por defender aquello en lo que crees.


Con la razón. Porque sólo desde el conocimiento se puede ganar la batalla de las ideas. Algo para lo que el enemigo no está preparado, ya que en sus filas abunda la irracionalidad. No te sonroje decir aquello que ya no se estila cuando la razón te ampare. No te provoque pavura mantenerte fiel a lo que crees si estás en posesión de la verdad. Y recuerda que la verdad a diferencia de la mentira triunfa por sí misma, no necesita secuaces que la apoyen.


Hace casi 70 años un visionario Eric Arthur Blair escribió una novela en la que el ‘poder’ fijaba la verdad. Para ello se creaba un ministerio ad hoc que, como no, llevaría ese nombre: “Ministerio de la Verdad”. Así se imponía la verdad absoluta y única en “1984”. Tal vez, Orwell nunca pensó que aquello que escribía pudiera convertirse en realidad. Hoy, debemos andar con cuidado para que lo augurado por él no se cumpla. Porque más allá de la existencia de una verdad absoluta, quienes la niegan lo que quieren es imponer la suya.


También, hace unos cuantos siglos, otro genio, el insigne y admirado Lope de Vega dejó escrito en su conocido poema, “A mis soledades voy”:


Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;
tal la pusieron los hombres
que desde entonces no ha vuelto.


Saludos.


T.McARRON

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