No es normal que una competición que se conoce por el año y el lugar donde se celebra lleve como fecha la de otro año, en este caso la del anterior. Por mucho que los organizadores se empeñen en mantener ese periodo cuatrienal que dista de unos a otros, lo cierto es que estos que ahora se celebran lo hacen con la cadencia de un lustro. No sé qué ha llevado a los mandamases del deporte a mantener los dígitos del año previsto. Si lo han hecho por mantenerse fieles a la tradición, poco favor hacen a esta. Cuando sean recordados en el tiempo estos Juegos Olímpicos lo serán, entre otras cosas, por la mentira que acompaña al lugar de celebración.
Lo digo antes de que se me acuse. La de Tokio 2021 no es una Olimpiada como las anteriores. Se celebra en un contexto muy distinto. Lo sé. Ahora bien, sin entrar en cuestiones económico-políticas, la pregunta del millón es: ¿debía llevarse a cabo, dadas esas circunstancias excepcionales? Por un lado, las medidas restrictivas que modifican los valores olímpicos, y por otro, los impedimentos impuestos a la libertad de los atletas, que alteran su ambiente participativo, son a mi juicio suficientes motivos como para haber dado carpetazo a estos Juegos.
La psiquis es, en numerosos deportes, tanto o más importante que el componente físico
Si la situación es tan grave como dicen, ¿por qué no se han suspendido estos Juegos? No sería la primera vez que unas Olimpiadas se suspenden. Eso ya ocurrió con las de 1916, 1940 y 1944. ¡Ah!, puede que algún lector alegue que se debió a la guerra, y ello es cierto.
En esos casos fue la guerra, pero los Juegos Olímpicos de 1920 no se suspendieron, se celebraron. Así fue, sin bozal, en libertad y total normalidad, a pesar de que la humanidad acababa de salir de la mayor pandemia de la era moderna. Y eso pasó en una época sin fármacos, a excepción de preparados herbarios, después de que un virus de la gripe tipo A, se hubiera llevado por delante a más de 50 millones de personas. Algo que, comparado con los pocos más de 4.200.000 muertos que según la Johns Hopkins University ha ocasionado el actual virus chino, parece indicar que las actuales medidas son todo menos serias.
El atleta es una persona competitiva por naturaleza. La preparación física, siendo una parte esencial en la competición deportiva, no lo es todo. La psiquis es, en numerosos deportes, tanto o más importante que el componente físico, sobre el cual influye. Esa parte, se quiera o no, se encuentra mermada dado el contexto que rodea al deportista. De tal forma que este, en la mayoría de casos, acusa la falta de algo fundamental para lo que se había preparado a lo largo de cuatro años. ¡Qué se lo pregunten a nuestro admirado Nadal!
Tokio 2020 será recordado por el componente ideológico ajeno al deporte
Pueden los comentaristas televisivos recitar una y otra vez eso del espíritu olímpico, pero lo cierto es que en estos Juegos brilla por su ausencia. No son los voceros los que participan. Es el atleta quien lo hace, y a él se le ha privado de un coctel vitamínico esencial: el público y el aplauso. Sin ello nada es igual. Por mucho que la competitividad anime la exigencia, lo cierto es que ambas cosas se degradan en la mente del deportista. A todo ello se suma la obligación impuesta –al parecer la medida se ha suavizado últimamente– de subir al pódium con una máscara que tapa la cara del deportista. Una memez más que supone el ocultamiento para la posteridad de la faz del campeón. Algo que estoy seguro sonrojará a las generaciones venideras.
Por otro lado, los juegos de Tokio 2020 será recordado por el componente ideológico ajeno al deporte. Los del victimismo racial; el de unos privilegiados mártires que hablan por boca de quien les paga. Los del engaño envuelto en la sacrosanta perspectiva de género; que pervierten el espíritu de Pierre de Coubertin, al incluir donde no le corresponde a quien participa primado por la biología.
Unos Juegos que serán vistos con el paso del tiempo con vergüenza. Tanto por lo sucedido, como por lo implantado. Lejos del principio griego que los impulsó. Muy lejos de aquellos primitivos juegos, donde sólo participaban hombres libres. Hoy también lo hacen esclavos bien pagados.
Leo Limiste