Examen a un año para olvidar
Hola:
A punto de finalizar este diabólico año 2020 es normal que echemos la vista atrás y recordemos lo que ha pasado en estos últimos doce meses. Si lo hacemos, llegaremos a la conclusión de que este ha sido el año del miedo, de la sumisión y de la censura, unido todo, inexorablemente, a la muerte.
Empezó el año con la noticia de que un virus letal se había propagado en la ciudad China de Wuhan, ocasionando la muerte de miles de personas. Al parecer, el mismo virus que un par de meses después llegaría a Italia y a España, y a pie seguido a todo Occidente. O sea, avanzo: el virus existe. Digo esto por si lo que sigue no le gusta a alguien y pudiera tacharme de conspiranoico. Ahora bien, ni ese virus tiene la letalidad ni morbilidad que pregona la oficialidad, al igual que no resulta fiable el grado de contagio que anuncia.
Soy consciente de que una cosa es lo que yo diga, y otra lo que propagan al unísono los medios de comunicación. Por tanto, anticipo que mi intención no es competir, sino reflexionar. Vaya por delante que entiendo a aquellas personas que sienten miedo. Es lógico. A base de oír el mismo soniquete todos los días, mañana, tarde y noche, mucha gente se ha persuadido a si misma del peligro que corre si no hace lo que se le dice. No obstante, estas personas deberían saber que el miedo es mal consejero, porque nubla la mente y nos vuelve irracionales. Tanto que apenas percibimos la realidad que nos rodea; como dice un buen amigo, la fusta doblega al mulo.
Con el miedo enquistado hasta el tuétano la sumisión será nuestro pan de cada día. Al fin y al cabo, esa es la finalidad que se busca
Sólo puedo interpretar el actuar de mis compatriotas desde la perspectiva del miedo. Me cuesta entender que una sociedad como la nuestra, que se ha movilizado por cosas mucho más nimias, se haya quedado en casa viendo como morían abandonados sus padres y abuelos. Cuesta entender que llegada la situación de miseria a la que nos ha conducido este gobierno, sigamos sin manifestarnos en masa. Resulta difícil comprender que la gente haya tolerado las mil y una mentiras de un gobierno infame, y siga a pies juntillas lo que dice. Difícil, muy difícil de explicar este hecho, salvo que el miedo paralice la mente de la inmensa mayoría.
Con todo, lo peor de esta parálisis mental radica en la dificultad de su reversibilidad, máxime cuando se alarga en el tiempo. El poder lo sabe, y por ello nos invade con ola tras ola de contagios. Hasta tal punto es la mascarada, que ni tan siquiera la “milagrosa” vacuna acabará con el azote del bicho a corto plazo. Ya se han atrevido a anunciar que se necesitará más de una dosis. Y yo me atrevo a aventurar que la cosa va para largo. De tal forma que dudo mucho que la futura normalidad vuelva a ser normal.
Con el miedo enquistado hasta el tuétano la sumisión será nuestro pan de cada día. Al fin y al cabo, esa es la finalidad que se busca; es lo que la élite pretende: una sociedad sumisa, sin nada por lo que luchar, pero feliz consigo misma. Esto no lo digo yo, son los promotores de la agenda 2030 los que hacen mención a ello. En el último Foro de Davos quedó claro: “You'll own nothing. And you'll be happy”. O sea, no tendremos nada -por qué preocuparnos- y seremos felices.
Prueba de ello es la implacable censura que aplican las grandes tecnológicas, las conocidas como Big Tech.
A propósito de sumisión, buena muestra de ello es cubrir parte del rostro. Llámese velo, tapabocas, bozal o mascarilla. Da igual, cualquiera de ellos sirve como ejemplo. Un instrumento que representa obediencia, acatamiento, humillación y opresión. Incluso hoy día se utiliza en algunas culturas como muestra de sometimiento de la mujer al hombre. Pero no sólo se trata de sumisión. Al taparnos la faz ocultamos nuestras emociones y nuestros sentimientos; enfundamos la sonrisa y encubrimos las muecas ahogando nuestra expresión. En una palabra, nos deshumanizamos. A pesar de todo, la gente se mantiene dócil, sin llegar a pensar que inhalar su propio CO₂ perjudicará su salud a medio plazo. Porque una cosa es ser precavido y comedido a la hora de utilizar la mascarilla, y otra convertirse en un maníaco de su uso. Poco importa, hay mucha mente nubla, y habrá quien no se la quite ni para dormir.
A todo lo anterior contribuye sin lugar a dudas la férrea censura que aplica el sistema dirigente. No se entiende que en un tema de tal envergadura no haya debate. Se oye una sola voz, y a todo aquel que discrepa se le tacha de conspirador, se hace escarnio de él, se trunca su carrera y se acaba arrojándole a las tinieblas del infierno mediático. Vamos, una muerte civil en toda regla. Algo que no es exclusivo de España, sino que se produce a escala mundial. Prueba de ello es la implacable censura que aplican las grandes tecnológicas, las conocidas como Big Tech.
Tanto Facebook, Twitter y YouTube censuran cualquier información que no sigue los estándares marcados. Por su parte Google rebaja la calificación de las páginas con información que rebata o cuestione la oficial. Tal es así que se ha de ser muy persistente en la búsqueda de este tipo de información, y emplear un texto de búsqueda adecuado. Algo que aburre a muchos. La élite lo tiene claro: lo que no se conoce no existe.
Con todo, la verdad es testaruda. Por mucho que la traten de tergiversar y de camuflar, al final surge como tal. Se trata de emplear más tiempo en buscar e investigar, pero aparece. Si damos por bueno todo aquello que el poder nos cuenta, estamos perdidos. A quien manda no le importamos nada. Sólo juega con nosotros en su propio interés. Puedo entender que los jóvenes aún crean su discurso, que incluso discrepen de cuanto digo. Lo que no entra en mi cabeza es que personas que peinan canas aún sigan creyendo en los “Reyes Magos”. Bueno, tal vez tenga una explicación: son pajes de ellos. Llevan casi un año hablándonos de una brutal pandemia que no existe. No se enfaden. No es mi intención negar porque sí. Así que voy a tratar de explicar mi aseveración.
Si partimos de un sistema de detección con alto número de falsos positivos, el resultado no puede ser otro que erróneo
A fecha de hoy, según datos ofrecidos por la Johns Hopkins University, China ha registrado un total de 4.781 muertes por CoVid-19. Una cifra insignificante, dado su número de habitantes, y que nada tiene que ver con la de España o cualquier otro país occidental. Sigamos con datos, y añadamos al caso de China, Corea del Sur con 879 muertes, Singapur con 29, Taiwán con 7 o Japón con 3.243. Todos estos países de alto crecimiento económico y con abundante población. Curioso, ¿no? A partir de lo dicho, cada uno es libre de pensar lo que quiera, pero me da mí que, visto lo visto, este virus ha beneficiado a unos y perjudicado a otros. Hablo, claro está, desde una perspectiva económica, ya que esta es al fin y a la postre la que mueve las decisiones políticas. Cuanto más se endeuda un país, más dócil se vuelve. Cierto, ¿no?
Decía anteriormente que esta no es una pandemia real. La misma OMS, dependiendo por donde sopla el viento, ha mantenido lo uno y otro. Si bien ahora no duda en hablar de pandemia, no siempre ha sido así. El pasado 26 de febrero la OMS por boca de su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaraba que: la actual propagación del coronavirus “tiene potencial pandémico” y obvió referir el término “pandemia” hasta entrado el mes de junio. Antes, en un artículo publicado en 2011, la OMS hablaba de “gripe pandémica” en alusión a la gripe V1H1 de 2009, que en su momento se catalogó como “fase de alerta pandémica”, en clara huida hacia la ambigüedad.
Pero al margen de la semántica, incluso de la etimología de la palabra, la razón nos dice que no sólo debe haber propagación de la enfermedad, sino que la mortalidad ocasionada por la misma debe ser muy alta. Pues bien, según el informe de la citada Johns Hopkins University, a fecha 30 de diciembre, el número de muertos por CoVid-19 a nivel mundial asciende a 1.793.368. Lo que representa, tomando como referencia los 7.700 millones de personas que según la ONU habitamos este planeta, un índice de 23 muertes por cada 100.000 habitantes.
La mala gestión ha sido la causante de multitud de muertes, en especial aquellas que se produjeron en las residencias de ancianos
Aunque la cifra es respetable, no parece que la letalidad vírica sea tal y como nos la venden. Tampoco es arriesgado pensar que muchas de las muertes atribuidas al CoVid-19 lo sean por otras causas que contribuyeron a debilitar el sistema inmunitario de la persona. Digo esto por cuanto el mayor índice de mortalidad se ha producido en personas de cierta edad y con problemas patológicos previos. Por otro lado, conviene tener presente algunos otros datos. Uno, según la fundación privada Institut de Recerca de la Sida - IrsiCaixa, el VIH mata a 1,2 millones de personas cada año. Dos, cada año mueren alrededor de unas 650.000 personas a causa de la gripe común. Tres, la malaria provoca la muerte de unas 600.000 personas, con más de 200 millones de casos clínicos, según UNICEF.
No podía faltar la referencia al número de infectados, algo que es utilizado de manera grosera y torticera para insuflar miedo. Si partimos de un sistema de detección con alto número de falsos positivos, el resultado no puede ser otro que erróneo.
En un artículo que lleva por nombre “Las consecuencias de los falsos positivos”, y que recomiendo su lectura, los investigadores Howard Steen y Saji Hameed escriben: “Once meses después, hemos aprendido mucho más sobre el virus y la multitud de variantes de la prueba de PCR (…) Las fallas en el protocolo de prueba se han vuelto cada vez más claras y nuestro informe de revisión aborda estas tremendas preocupaciones”. Y añaden: “…sobre las pruebas de PCR, se sabe que existen muchos peligros, como los falsos positivos operativos que pueden conducir a una mala interpretación de los resultados de la prueba. (…) existen casos documentados de malas interpretaciones que han dado lugar a pandemias fantasma, por ejemplo, el brote de enfermedad respiratoria de 2004-2006 atribuido erróneamente a la tos ferina mediante el uso de pruebas de PCR”.
Por último, acabaré con un recordatorio por todos los que nos han dejado. Unos por el maldito virus y otros a consecuencia del mismo. Porque no son todos los que dicen, ni dicen todos los que son. La mala gestión ha sido la causante de multitud de muertes, en especial aquellas que se produjeron en las residencias de ancianos. Unos, abandonados a su suerte. Otros, mal sedados, desamparados en su soledad. Un gerontocidio mal planeado pero eficaz. La muerte se agarró a los más desfavorecidos y se los llevó como anticipo de una perversa eutanasia que se legalizará en breve. R. I. P. todos ellos.
Saludos.
T.McARRON