CENSURA, COACCIÓN Y OTROS ATAQUES A LA LIBERTAD

censura, coacción y ataques a la libertad


Hola:


Cuando se popularizó Internet, entre finales y principio de siglo, los pioneros de la nueva cosa pensábamos que por fin había llegado la hora de la libertad. En especial la relacionada con las ideas y el pensamiento. He de reconocer que ni por asomo se me pasó por la cabeza que aquello podría controlarse como lo está hoy día. Era el internet de la lectura. Las imágenes eran pocas y menudas. El ancho de banda no daba para más, pero aquello era una delicia para quienes nos gustaba leer.


Recuerdo con agrado un lugar mítico llamado Geocities, propiedad de Yahoo!. Muchos fuimos los que reservamos un sitio gratuito en el que expresábamos nuestras inquietudes. Allí se encontraban auténticas joyas. Gente de gran talento que escribía con total libertad sobre múltiples temas. Era el Internet 1.0, pobre, sin interactividad, pero libre, sin censura. Fue todo un éxito, porque la calidad excluía a la chabacanería. Más tarde, avanzada la primera década del siglo, en plena crisis, todo aquello desapareció de un plumazo. La compañía, aunque avisó con tiempo, formateó toda la información y la envió a la papelera del olvido.


Hago referencia a lo anterior no sólo como un recuerdo, también como evidencia de que el avance tecnológico lejos de aumentar la libertad la coarta. Tampoco nuestra privacidad, y por ende la seguridad, ha mejorado, al contrario, cada vez es menor. Por otro lado, el ejemplo de Yahoo! es altamente ilustrativo de cómo se puede acabar con la información, incluida su historia, con un simple chasquido. A gran diferencia de lo que ocurrió en la biblioteca de Alejandría donde se salvaron multitud de libros a pesar del brutal incendio. No es, pues, extraño que muchos sigamos creyendo que el soporte más duradero para la transmisión del saber es el papel.


Los que escribimos en esto que se llama Blog lo hacemos con la intención de dar a conocer nuestras ideas, pensamiento y entender sobre múltiples y diferentes factores de la vida. Somos, además, conscientes de que nuestro trabajo, mejor o peor, no va a ser recompensado económicamente. En el fondo, unos bichos raros que emplean su tiempo por amor al arte. Los hay que escriben historias, o relatos. Los que lo hacen de lo pasado, o de lo presente. O quienes gozan componiendo poesía, o aquellos otros que disfrutan redactando en prosa. Sólo por poner algunos ejemplos. En mi caso, como bien conocen los que me leen, la mayoría de veces lo hago sobre temas de actualidad.


Me choca que algunos de mis artículos hayan pasado por el tamiz de personas que actúan como nuevos inquisidores.


Cualquiera de nosotros somos amantes de la libertad. No entendemos que aquello que escribimos, o sobre lo que versamos, deba pasar por el filtro de nadie. No conozco a ningún escritor que sea amante de la censura. Quien la defienda es simple y llanamente un amanuense; algo que por desgracia abunda cada vez más en la clase periodística. Un sector que ha ido perdiendo la dignidad en la misma medida que Internet fue acabando con las rotativas. Ninguno de los grandes periódicos que aún sobreviven puede mantenerse sin la ayuda gubernamental, o la de un grupo de presión. Una ayuda que compra voluntades y provoca la reverencia de sus directores al poder establecido.


Quien esto apunta es un humilde escritor que intenta plasmar con la mejor intención sus ideas y su pensamiento. Sin más. Por ello me choca que algunos de mis artículos hayan pasado por el tamiz de personas con gatillo censor. Son los nuevos inquisidores que como buenos mamporreros actúan a las órdenes de una élite, a la que sirven sin saber para qué. Simples peones que bajo un paradigma dictado centran su atención en palabras prohibidas, para luego, bajo su escaso conocimiento, determinar si la frase que las contiene atenta contra aquello prohibido. Pobres cernícalos que desconocen que su actual trabajo pronto desaparecerá, porque la maquina les sustituirá por completo. Y una vez suceda esto serán abandonados al albur de su idiocia; como siempre sucede con los tontos útiles.


El último encontronazo con la censura lo sufrí hace tres días. En un correo enviado por Google se me instaba a revisar el contenido de uno de mis artículos, concretamente este: Aclaración de la RAE sobre la palabra cenutrio. Según el gigante tecnológico “Se han detectado nuevas infracciones. Por tal motivo, hemos restringido o inhabilitado la publicación de anuncios en las páginas en las que se han cometido estas infracciones”. Lo cierto es que cuesta entender que la temática que se trata en él hiera la sensibilidad de nadie. Además, el artículo fue escrito hace más de cinco años.



aviso incumplimiento políticas


Puesto a encontrar alguna interpretación a lo ocurrido en este caso, se me ocurre que el censor, de muy poca mollera, leyó cosas como masculino y femenino y decidió marcarme como peligroso. Eso, o algo similar que se me escapa. Y zis, denuncia al canto. Y zas, sin más, Google quita la publicidad de esa página. O lo que es lo mismo, te da un toque. No tanto por lo que supone el ingreso publicitario, que como bien se sabe es insignificante -no da ni para pagar el servidor-, sino por lo que esconde el aviso. Dicho de otra forma: ten cuidado con lo que escribes porque te vigilamos. Por suerte la web donde escribo se aloja fuera de las garras del todopoderoso, pero conozco cientos de casos de otras alojadas bajo dominio de Google que han desaparecido. Algunas de ellas con valioso contenido, y para nada delictivo.


Cada vez son más y mayores los ataques a la libertad. Quien no lo vea es porque no quiere, o tal vez porque no lo percibe como algo cercano a él.


Vivimos tiempos de sumisión. La libertad, algo tan preciado que Dios otorgó al hombre, va menguando. Desde hace tiempo, y más concretamente desde comienzos de siglo, nos la han ido restringiendo. Con escusas varias y en muchos casos peregrinas: todo es por tu seguridad. ¡Maldita seguridad! Doblemente maldita, porque es mentira; porque no es cierto que el mundo sea hoy más seguro. Buena prueba de ello es lo que ahora sucede; al observar que habiendo cedido parte de nuestra libertad seguimos tanto o más inseguros que hace un siglo.


A propósito de esto último. Hace algo más de cien años, cuando apenas se disponía de fármacos, más allá de los herbarios, una pandemia de gripe asoló el planeta, y se llevó por delante a más de 40 millones de personas. Pues bien, a poco más de un año la vida volvía a la normalidad. A lo que siempre había sido. Incluso con mayor locura, como fueron los llamados felices años veinte.


Soy de los que piensa que toda esta farsa, repito, farsa del coronavirus hubiera resultado un auténtico fiasco con espectadores como nuestros abuelos y bisabuelos. Puede que fueran analfabetos, pero seguro que eran seres racionales a los que poco o nada les acobardaba. Hoy no podemos decir lo mismo de esta sociedad. Una sociedad mindundi y aterciopelada, con escasez de raciocinio y, sobre todo, con mucho miedo. Tanto que es fácilmente domesticable y abrumadoramente manejable.


Retomando el encabezado de este artículo. Cada vez son más y mayores los ataques a la libertad. Quien no lo vea es porque no quiere, o tal vez porque no lo percibe como algo cercano a él. Ahora bien, que sepa que la libertad de la que aún goza es gracias a aquellos que lucharon por ella. ¡Qué no sea tan egoísta, caramba! Y que piense que cuando la pierde su vecino, él será el próximo. Al fin y al cabo, está escrito: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”.


Saludos.

 

T.McARRON

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