Calificar a nuestro presidente Sánchez como un impenitente mentiroso no es una temeridad. En lo que lleva al frente del gobierno ha dado buena prueba de su pericia con la mentira. Tampoco resulta imprudente considerar que su actuación al frente del ejecutivo está anclada en la felonía. Poco le importa España como nación, tanto menos que los propios españoles. Por encima de todo está su narcisismo. Un narcisismo memo, pero que combina a la perfección con su egolatría pedestre. Resumiendo, un personaje sin escrúpulos que se aferra al poder al precio que sea.
Lo acontecido esta semana con la puesta en libertad de los delincuentes catalanes no debería extrañarnos. El indulto era la moneda de cambio que Sánchez tenía previsto pagar para alcanzar el poder. A su vez, el plazo para llevar a cabo la tropelía estaba marcado: antes de cumplir el primer año de legislatura. Solo la situación que asoló el 2020 propició que se alargara en meses lo previsto. Si alguien, en especial algún que otro socialista bonachón, tenía dudas espero que las haya despejado por completo.
Pero lo peor es que la cosa no va a quedar ahí. Preparémonos para lo que sigue, porque esta no es la única moneda comprometida. Los sediciosos sólo se han cobrado la investidura. Ahora reclamarán un monto mayor por el apoyo, y exigirán su pago en un plazo no mayor a un año. Algo que a Sánchez no le quita el sueño, porque como a buen felón le importa un bledo que las exigencias separatistas comprometan la soberanía y unidad de la Nación.
En la agenda de Soros está el paulatino deterioro de los estados nación, y con ello la pérdida de identidad y soberanía nacional.
Personalmente, soy de los que creo que Sánchez es simple y llanamente un mandado. Un siervo de la élite globalista, quien al fin y a la postre le facilitó su llegada al poder. Conviene recordar que un sujeto de calado como Soros fue el primero en visitar la Moncloa, nada más llegar Sánchez a ella. Además, fue una visita publicitada y fotograbada, lo que no es baladí. Muchos sabemos de la catadura moral y ética del visitante.
Soros es un individuo que actúa como gestor de la élite globalista, a la vez que promotor y patrocinador de los grandes lobbies y movimientos. Grupos LGTBIQ, ideólogos de género, Planned Parenthood y movimientos proaborto, feministas radicales, mafias migratorias, etc., son algunos de ellos. Pero la labor de Soros no queda ahí. En su agenda está el paulatino deterioro de los estados nación, y con ello la pérdida de identidad y soberanía nacional. Lo anterior, con la finalidad de facilitar el nuevo organigrama mundial que prescinde del concepto de nación en beneficio de un gobierno global.
A estas alturas puede comprobarse que el trabajo de Soros en Europa está dando sus frutos. Por poner sólo un par de ejemplos: Francia y España. En el primero es clara la pérdida de identidad de la otrora jacobina Francia. Mediante una fuerte migración, dispuesta a no asumir los valores del país de acogida, este ha ido perdiendo su identidad. De momento el país vecino mantiene una mayoría aborigen, pero está claro que dentro de unos años eso quedará en el recuerdo. Por lo que respecta a España la forma es diferente, aunque no el fin: la pérdida de identidad y soberanía nacional. Aquí la labor de Soros se ha focalizado en la división y fraccionamiento de España. Vale la pena leer el libro “Soros, rompiendo España” de Juan Antonio de Castro y Aurora Ferrer, donde se analiza pormenorizadamente la ayuda de George Soros al movimiento separatista. Y quien quiera puede ahondar en los favores que el magnate ha procurado al independentismo catalán. Las fuentes son muchas y abundan en Internet.
La labor de fragmentación viene de lejos. No es cosa de Sánchez. El comienzo de todo ello data de primeros de los años ’80.
Con todo, conviene decir que en España la labor de fragmentación viene de lejos. No es cosa de Sánchez. El comienzo de todo ello data de primeros de los años ’80. Primero los socialistas, y luego los populares. Ambos han sido cómplices de llevarnos hasta aquí. Esto es lo que, visto con la perspectiva que da el tiempo, le hace a uno pensar que todo este proceso ha sido manejado desde fuera. A ningún político le he visto con ganas suficientes de revertir la situación. De tal forma que ahora la guerra parece prácticamente perdida.
Me gustaría ser optimista, pero no puedo. Lo que me rodea me indica que apenas quedan ganas de pelear. Digo esto a raíz de mi última visita a Madrid hace una semana. Ahí tuve la ocasión de departir con gente a la que conozco desde hace tiempo sobre la actualidad política. Entre la diversidad de lo conversado había un tema que dada su importancia no faltó en ninguna de las charlas: Cataluña. Y he de decir que me chocó, si bien no me sorprendió, la opinión de algunos de mis interlocutores sobre este tema. Para estas personas el asunto resultaba ya cansino, de hartazgo total. Es más, habían perdido cualquier tipo de esperanza en llegar a alguna solución coherente. Incluso alguien me llegó a decir: “a ver si se independizan de una puñetera vez”.
De verdad, espero equivocarme. Espero que el pueblo español despierte. Porque es este el único que nos puede sacar del actual gatuperio, y evitar que España desaparezca. Por suerte, tenemos antecedentes de ello.
Leo Limiste