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La nefasta administración demócrata estadounidense de los años 60 del pasado siglo trajo consigo muchas cosas negativas y pocas positivas, por lo menos a nivel externo. Incluso pudo haber contribuido a la ejecución de esta civilización.
Con la guerra fría como telón de fondo, las relaciones entre Estados Unidos y Rusia podían considerarse tan inflamadas como congeladas. Tanto es así, que la una por torpe y la otra por lerda, ambas partes estaban dispuestas a aniquilarse mutuamente, dando muestras de histriónica representación de la estupidez humana.
La caliente situación a la que habían llegado las legaciones de las dos superpotencias, representantes de los dos bloques, se caldeó aún más con la inmersión de Estados Unidos en una guerra diferente, que sólo el ego de un presidente narcisista, cándido y fatuo podía considerar como un mero paseo por la jungla.
A consecuencia del gran fracaso que supuso la guerra de Vietnam y las secuelas que dejó en la sociedad, la palabra guerra pasó a ser estigmatizada.
Lo que sobre el papel tenía que haberse resuelto en meses, se complicó, acabó durando más de una década y salpicó las conciencias, no solo estadounidenses, sino también las del mundo en general.
Así nacieron movimientos nuevos que predicaban las atrocidades bélicas cometidas y ponían en cuestión el papel del país hasta entonces defensor de libertades, garante de la democracia y guardián del mundo libre.
A consecuencia del gran fracaso que supuso la guerra de Vietnam y las secuelas que dejó en la sociedad, la palabra guerra pasó a ser estigmatizada. En su lugar se abusaría del concepto conflicto para denominar aquello que no dejaba de ser beligerancia entre seres humanos.
Junto a todo ello, se va forjando a lo largo de la década de los 70 un mal entendido antimilitarismo, que proclama la paz como cúspide de un buenismo ventura de todas las glorias.
Y para rematar la faena, de nuevo otra funesta administración demócrata con Mr. Carter a la cabeza, finiquitaría el de por si complejo equilibrio en Oriente próximo, admitiendo como mal menor la llegada al poder en Irán de una dictadura islámica de corte radical, representada por un líder mesiánico que era amparado por una mal guiada Francia, liderada por un personaje como Giscard. El presidente más joven de la V República, supertecnócatra del “sí, pero”, con ansias absolutistas, partidario del abyecto Bokassa y sus diamantes, y que al final no pudo esconder su inquina hacia España.
No por ello, y desde entonces, en el mundo han dejado de existir guerras. La maldad humana no la ha corregido el paso del tiempo. Ni creo que se repare en el futuro, por desgracia. Desde que el hombre habita este planeta, no ha habido siglo que no las haya conocido. Es como si ello fuera impreso en nuestro ADN.
No por ello, y desde entonces, en el mundo han dejado de existir guerras. La maldad humana no la ha corregido el paso del tiempo. Ni creo que se repare en el futuro, por desgracia.
Hace algo más de 14 años, un 11 de septiembre, el mundo libre sufrió un ataque, que además se presenció en directo. La vieja Europa, en su mayoría, lo vivió desde la distancia y tras las consiguientes proclamas de condena se olvidó prontamente de la masacre. La mayor matanza civil llevada a cabo por milicianos extranjeros en suelo norteamericano sólo sirvió para mermar nuestras libertades.
El suceso ocurría lejos y la casi totalidad de mandatarios europeos no estaban dispuestos a sacrificar sus sillones. La sociedad por su lado tampoco parecía decidida a perder su pacífica virginidad.
Pero la verdad es que desde entonces ya nada ha sido igual. Aquel día alguien nos declaró la guerra. Aunque la sociedad en su conjunto no quiso percibirlo, ahí dio el pistoletazo de inicio la III Guerra Mundial. No basta con ser pacífico, ni es suficiente desear la paz. El “dos no discuten si uno no quiere”, sólo sirve si estás dispuesto a ceder. El mal nos ronda siempre y hay momentos en que, si queremos evitar sus aviesos intereses, se le debe hacer frente y vencerlo. No queda otra opción, salvo que se admita la sumisión. Es la cruda realidad, aunque nos cueste aceptarla.
La sociedad occidental lleva tiempo proporcionando bienestar, comodidad y cierta prosperidad. Nos hemos amoldado al contorno que nos rodea, nos hemos vuelto camaleones que damos por natural la tenencia de cosas que no valoramos en su justa medida. Nos encontramos faltos de valores, brilla la ausencia de sacrificio y nos inunda el egoísmo como sociedad.
Tenía que suceder en Francia para que fueran los franceses los que quitaran complejos al uso de la anatematizada palabra guerra.
Los últimos y luctuosos acontecimientos sucedidos en el vecino país demuestran cuan vulnerables somos. Además, cuanta es nuestra bisoñez, cuanta nuestra memez, cuanta nuestra inopia, cuanto nuestro candor, en fin, cuán lejos estamos de enfrentarnos con éxito a quien nos quiere destruir, como personas y como civilización.
Tenía que suceder en Francia para que fueran los franceses los que quitaran complejos al uso de la anatematizada palabra guerra. Las palabras de Hollande: “Estamos en guerra” y “adaptar el Estado de derecho a la guerra” junto a la posterior declaración del “Estado de emergencia”, indican que los franceses han actuado con la seriedad requerida por los brutales atentados.
A nuestros vecinos del norte, tan criticados por la inmensa mayoría de españoles, hay que reconocerles cuando menos una cosa que cada día escasea más entre nosotros: patriotismo. Su chovinismo representa actualmente el mayor, y tal vez único, sentido patriótico y de unidad nacional, existente en esta vieja Europa.
No resulta fácil augurar en su totalidad las consecuencias de lo acaecido. No obstante, parece que la reacción tiene cierto calado, y que la diferencia de anteriores y similares acontecimientos. Sin embargo, el gran problema de occidente, mejor dicho de Europa, no está sólo fuera de sus fronteras, sino bajo su propio techo. Los quintacolumnistas viven inmersos en la propia sociedad europea, forman parte de ella.
Y no me refiero exclusivamente a los armados, sino también a los que explosionan con palabras y escritos, con la insana sandez de culparnos como sociedad de los males que recaen sobre otros, anclados 600 años atrás. Una colectividad víctima, según ellos, del poder democrático y de las raíces culturales y cristianas que abanderan muestro progreso en libertad. Necios, que malintencionadamente ocultan que lo conseguido se debe al trabajo, grandeza y genialidad de aquellos que nos precedieron en la construcción de este antiguo continente.
A esos y a otros que abogan por diálogos y alianzas imposibles. Porque imposible resulta aliarse con quien te tiene por enemigo, culpabilizándote de todos sus males, pasados, presentes y futuros. A esos otros, cuya bondad llega exclusivamente hasta el portal de su casa, pero que sirven de imagen aleccionadora a tontos útiles para que hagan el trabajo de conserje en su finca.
...el gran problema de occidente, mejor dicho de Europa, no está sólo fuera de sus fronteras, sino bajo su propio techo. Los quintacolumnistas viven inmersos en la propia sociedad europea, forman parte de ella.
No valen excusas por agravios imaginarios. Los que recurren a las armas y bombas para solventar desigualdades, ficticias o no, son mercenarios, milicianos sin uniforme o simplemente terroristas, que buscan en el horror su modo de vida y contra los que sólo cabe la legítima defensa. Esa que el Estado está obligado a ofrecer a sus ciudadanos.
Todo esto lo tienen meridianamente claro en Rusia y si no que se lo pregunten a Putin. Allí no participan de medias tintas.
Paradoja de la vida, ¿será Rusia quien salve a occidente?
Saludos.
T.McARRON