Adiós Juan Carlos I, adiós Monarquía
Hola:
Antes de empezar este artículo, declaro que no soy monárquico en el estricto significado del término, o lo que es lo mismo, devoto de una persona que por imperativos de sangre obtiene el poder o lo ejerce. Al mismo tiempo, tampoco me siento republicano; en este caso, influenciado más por nuestra historia que por lo que simboliza el término. Y, como colofón, tampoco creo en el anarquismo. Entonces, si uno no es monárquico, ni republicano, ni anarquista, cabe la pregunta: ¿qué rábanos comes? Pues nada raro, lo mismo que la mayoría de compatriotas; podría ser la respuesta. Simple y llanamente somos ciudadanos a los que, en la convivencia, no les ha ido mal eso de la monarquía parlamentaria.
Si, ya sé que el Emérito cometió errores. Bastantes a mi modo de ver. Y por ello abdicó. Algo que en la práctica política se parece mucho a una dimisión. Y a partir de ahí, se debería respetar su inocencia hasta que la justicia no le sentencie. Vamos, igual que a cualquier otro ciudadano. Pero hete aquí que las cosas no van por ese camino. El motivo está bien claro, porque el objetivo a batir no es otro que la institución monárquica. A los promotores republicanos les importa un comino Juan Carlos, y todos los trapicheos que pudiera haber cometido. Lo que buscan es una III República, al margen de la Ley, tal como ocurrió en 1931.
España sigue permeable a las ideas republicanas, sin ser consciente del fracaso que supusieron ambas experiencias, la del XIX y la del XX.
En el fondo, la actual España sigue permeable a las ideas republicanas, sin ser consciente del fracaso que supusieron ambas experiencias, la del XIX y la del XX. Somos la nación más antigua, la que posee más historia, y a la par la que más se olvida de ella. No es por tanto extraño que nuestra falta de memoria nos lleve irremediablemente, vez tras vez, hacia el abismo de la conflagración y el derramamiento de sangre.
El acoso al que se está viendo sometida la Corona es algo difícil de entender si no fuera porque lo que se busca es acabar con ella. Dando por bueno que el anterior Jefe de Estado tuvo bastantes sombras, lo cierto es que hasta 2012 prácticamente nadie cuestionó su papel. Es más, a lo largo de su reinado todos los partidos políticos, todos los medios de comunicación y la totalidad de los otros poderes fácticos alabaron el trabajo del Monarca. ¡Cuánto calló la prensa, cuanto callaron los palaciegos políticos! ¿Cuánto, a cambio de qué? A mi mente viene la famosa foto de 2015 en la que compartía mantel con todos los presidentes de gobierno vivos, incluido el rojo Zapatero.
Antes he citado el año 2012. Fue el primer aviso. La prensa de entonces ya no actuaba como palmera del Rey. En especial, los periódicos de izquierda se cebaron con la foto donde aparecía delante del elefante abatido. Ahora bien, esto no era la primera vez que ocurría. Todos los gobiernos, y prácticamente la totalidad de periodistas sabían de las escaramuzas de Juan Carlos como invitado en safaris. La diferencia es que hasta entonces todo ello estaba controlado, por y desde los distintos gobiernos.
La huida, o mejor dicho el exilio de Juan Carlos I es, bajo mi punto de vista, un error, un inmenso error.
Fue el comienzo del fin. A partir de entonces se abrió la veda y el cazador pasaba a ser el sujeto a cazar. Tanto que obligó a un pacto de Estado entre Rajoy y Rubalcaba: a primeros de junio de 2014 todo estaba pactado para que Juan Carlos I abdicara. Personalmente tengo mi tesis, pero esto es cosa mucho más compleja como para desarrollarla en un sencillo artículo. Simplemente, avanzaré que la “caída” en desgracia del clan Pujol tuvo y tiene mucho que ver. Juan Carlos mantuvo excelentes relaciones con dos personas: una fue Felipe González y la otra Pujol. Por otro lado, también parece estar claro que ya en 2011 la relación del Monarca y el muy Honorable había pasado a mejor, o si el lector lo prefiere, a peor vida. Del “Tranquilo Jordi, tranquilo, la situación está controlada” a, probablemente, “Lo siento Jordi, lo siento, no puedo hacer nada por ti”. Luego, no es de extrañar que quien amenazó con mover el nogal, lo moviera. Y hasta ahí puedo leer.
La huida, o mejor dicho el exilio de Juan Carlos I es, bajo mi punto de vista, un error, un inmenso error. A pesar de las escasas prerrogativas constitucionales de las que goza, entiendo que la decisión ha sido amparada por el Jefe del Estado. Tal vez, a primera vista parezca que Felipe VI suelta lastre y que ello puede beneficiar a la Institución, pero mucho me temo que en la política española eso no funciona así. Aquí, lo sucedido va a servir como asenso de unos delitos que ni tan siquiera se han juzgado. La simple acusación sobre Felipe VI, aunque no haya cuerpo del delito, puede provocar la caída de la Corona, con o sin exilio. ¡Parece mentira que nadie le haya mentado al oído el episodio de su bisabuelo!
El acoso al que se está viendo sometida la Corona es algo difícil de entender si no fuera porque lo que se busca es acabar con ella.
De toda esta tragedia, y ojalá me equivoque en el calificativo, lo más llamativo es que se ponga a la Corona en el pódium del latrocinio y no a las personas como sucede en las otras instituciones del Estado. Ladrones los ha habido en la Generalidad de Cataluña, en la Junta de Andalucía o en la UGT, por poner tres ejemplos de los muchos que hemos padecido. Pero a diferencia de lo que sucede con la institución monárquica, nadie pide la eliminación de estos entes donde anidan infinidad de chorizos.
Con todo, que nadie se lleve a engaño, nosotros somos los únicos responsables de lo que nos sucede. Si no somos capaces de ver la ineptitud en quienes nos gobiernan, difícilmente seremos capaces de darnos cuenta de que nos engañan. Porque en el fondo, la mentira es en democracia la única arma que utiliza el incompetente para esconder su incapacidad. Y no lo olvidemos: los puentes sólo se construyen si hay río.
Saludos.
T.McARRON