Hace un par de días me refutaba un conocido del barrio: “Cómo puedes creerte lo que dicen los rusos, mira la televisión y entérate”. No le seguí la cuerda. Ante tal anomalía mental, me limité a decirle: procuraré verla. Preferí envainarme la respuesta y cambiar de tema. Tonto de mí, antes había cuestionado su talento al darle mi opinión y expresar: “todo parece indicar que hemos pasado de hablar del virus chino al malvado Putin”.
Sé que esto que cuento es algo que no sólo me pasa a mí. Conozco a personas que callan con tal de no discutir y, también, a otros que prefieren vivir sin opinar.
Los tiempos que vivimos han estigmatizado al sabio que discrepa, convirtiendo al insensato en cuerdo y al mediocre en genio. Pienso que eso se debe en gran medida a la falta de valentía, ya que aún existe cantidad de personas con la mollera muy bien amueblada, por mucho que mantengan la boca cerrada. Entendido eso de valentía como la defensa de aquello en lo que crees a pesar del riesgo que suscita. Por otro lado, reconozco que el silencio es muchas veces la opción más inteligente. Como decía el filósofo: deja de lado a quien ya sabes de antemano que cuando habla, yerra.
La guerra ruso-ucraniana ha traído nuevamente a escena mentiras trajeadas de falsas verdades. Es en los conflictos cuando más se da eso de la verdad aparente. O sea, no seré yo quien defienda los mensajes de uno u otro bando. Ambas partes van a lo suyo; y la verdad dista de lo que vocean. Sin embargo, algo deberíamos tener claro: la censura no ayuda a quien la promueve, más bien todo lo contrario.
A nadie escapa que China es el país donde la censura tiene cotas más altas. Al fin y a la postre, en un régimen dictatorial esa es una medida normal. Lo que no tiene asa por donde asir es que la censura sea patrocinada por países que se autodenominan democráticos. No me refiero a que utilicen sus medio verdades, lo que critico es que usen la censura como si de arma a su favor se tratara. Algo que demuestra que en la guerra, aunque no participes, todo vale.
De la noche a la mañana desaparece el mortal virus, y aparece otro virus más malo llamado Putin.
En estos últimos días ha salido a la luz una nota relativa al uso de laboratorios por parte de E.E. U.U. en Ucrania, supuestamente, para crear armas biológicas. La noticia ha pasado desapercibida para la mayoría de medios de comunicación de occidente, a pesar de la envergadura y gravedad del hecho. Hasta China ha pedido que se abra una investigación al respecto.
Lo anterior le hace a uno pensar, y mucho. Si E.E. U.U. mantenía en Ucrania laboratorios con la finalidad de crear armas de carácter biológico, y todo parece indicar que así ha sido, ¿quién puede negar que no hiciera lo mismo en Wuhan? No parece descabellado pensar así. Hablando de USA cualquier cosa es posible, y no me refiero al gobierno americano en sí, sino a ese poder dentro del Estado que es capaz de hacer todo lo impensable.
Los años me han convertido en un ser dubitativo, que cuestiona casi todo y que raramente cree en las coincidencias. Si uno repasa las dos últimas décadas, y lo hace con criterio, se dará cuenta de la cantidad de sucesos que no fueron tal como nos contaron en su momento. No discuto el hecho como tal, sino la forma en que nos lo vendieron. Hay ejemplos para dar y tomar, desde nuestro fatídico 11-M, hasta el más reciente, el que bautizaron como pandemia.
De la noche a la mañana los noticiarios de las televisiones dejan de hablar del virus, de la temible variante Ómicron, de la necesidad de inocular nuevas dosis y de los beneficios que aportan las vacunas. De la noche a la mañana desaparece el mortal virus, y aparece otro virus más malo llamado Putin. Todo parece perfectamente orquestado. Ni Mozart lo hubiera compuesto tan bien. Me da mí que esto lo mueve una mano siniestra empeñada en que Europa y los europeos lo pasemos muy mal, y llegado el caso desaparezcamos como tales.
Ojalá me equivoque, pero viendo que nadie está interesado en apagar el fuego, sino más bien en mantenerlo vivo, no soy nada optimista.
Leo Limiste