Lo que ahora se lleva es la mentira
Hola:
Hace tiempo que la mentira dejó de ser pecado. Aquello de no mentirás que de pequeño te inculcaban ya no está de moda, ya no se lleva. Es más, el que dice la verdad, el que va con la verdad por delante, es tachado hoy de tonto e iluso. ¡Hay que mentir! Y no me refiero a esas mentiras piadosas que todos hemos dicho en algún momento o aquellas mentirijillas que soltábamos de pequeños para salvar nuestro trasero. No, no aludo a ese tipo de falsedad, hablo de la mentira como engaño deliberado, de aquello que se dice sabiendo que no es verdad. De lo que dejó escrito San Agustín, “miente aquel que dice algo falso con intención de engañar”. Pero, no sólo se miente de palabra, diciendo lo contrario a la verdad, a lo que se sabe o a lo que se cree. Miente también aquel que tergiversa acontecimientos.
La consecuencia de la mentira es el engaño, la estafa. Dicho de otra manera, para engañar es preciso mentir. Por lo general, se engaña para sacar un beneficio de manera más rápida y menos costosa que se haría utilizando medios lícitos. Luego, la mentira es un método ilícito, que se utiliza en provecho propio y en perjuicio de otro.
Pero, no sólo se miente de palabra, diciendo lo contrario a la verdad, a lo que se sabe o a lo que se cree. Miente también aquel que tergiversa acontecimientos.
Dicen los psicólogos que es fácil detectar al mentiroso. Que la mente humana no está conformada para mentir y, por lo tanto, cuando se miente el cuerpo humano emite reacciones inconscientes e incontroladas fácilmente detectables. No obstante, también admiten la existencia de personas expertas en el control y dominio de las emociones, difíciles de detectar cuando mienten. Sea como fuere, no es mi intención entrar en temas clínicos, ni tan siquiera en lo relativo al individuo, sino abarcar la mentira desde una perspectiva grupal. La mentira entendida como arma de engaño masivo. Y dudo que en este supuesto sea válido el análisis psicológico. Lo que sigue siendo valedero es la finalidad de la mentira. El beneficio que para el grupo o para parte de él tiene el expandir el hecho falso.
Ahora bien, dado que la verdad se ha relativizado, la mentira también. Ya no existe la mentira como tal, porque tampoco existe la verdad absoluta. Y si ahora ambas cosas son relativas, una y otra, como dicen algunos, son interpretables. O sea, un mismo hecho puede relatarse de manera diferente sin caer en falacia.
Así las cosas, los ingenieros sociales, nuevos constructos al servicio de la elite, han ido cambiando sutilmente nuestros hábitos y costumbres. Cosas que hace tiempo hubieran sido impensables, se tornan hoy de lo más común. Nos han ido engañando y no nos hemos dado cuenta. La argucia ha consistido en utilizar la mentira frente a una verdad relativa que a su vez relativiza aquella y la convierte en veraz.
La argucia ha consistido en utilizar la mentira frente a una verdad relativa que a su vez relativiza aquella y la convierte en veraz.
Claro, para que lo anterior sea posible es necesaria la colaboración del sector mediático, cada día más concentrado (véase La concentración de medios de comunicación). Sin este servicio a la causa hubiera sido imposible la labor de los constructos. Las ideas paridas por estos técnicos especializados en dirigir la mente humana son publicitadas como panaceas curativas de los males de la humanidad. Desde artículos de opinión a programas de radio, pasando por divertimento, series de televisión y películas varias, incluidas animaciones dirigidas a los más pequeños; todo ello contiene la dosis suficiente de adoctrinamiento. Así el nuevo artificio va calando y dejando de lado los valores y principios, que junto a la ley natural, han orientado a la civilización occidental.
Hace décadas que nos engañan. Nos cuelan sus mentiras al repetirlas mil veces hasta que las admitimos como verdades. Marcan su plan y luego es cuestión de propugnar las veces que haga falta la falsedad que promueve el objetivo. Mentiras como tener un Estado de Derecho, donde el poder judicial no es independiente; las bondades del Estado Autonómico, convertido en un reino de taifas; poseer una moneda común, que ha acabado con la clase media; la juventud mejor preparada, a la que el abuelo da clases; una inmigración desbocada que pagaría nuestras pensiones, pero que sobrecarga nuestra sanidad y nos usurpa beneficios sociales; una clase política elegida por sufragio universal, cleptómana, clasista y sin preparación, que mantiene sus privilegios igual que en época feudal. Podría seguir, hay infinidad de ejemplos, pero no quiero abusar de la paciencia del lector que además los conoce bien.
Así las cosas, los ingenieros sociales, nuevos constructos al servicio de la elite, han ido cambiando sutilmente nuestros hábitos y costumbres. Cosas que hace tiempo hubieran sido impensables, se tornan hoy de lo más común.
En el fondo España no es muy diferente de cualquier otro país occidental. El poder, los que nos gobiernan, está propugnado por una pequeña elite; un muy reducido grupo de personas que posee más de la mitad de la riqueza del planeta, que controla el 80% de las finanzas y por ende domina la economía y la política mundial (véase El informe Oxfam y el NOM). En realidad es esta elite quien tutela el mundo, el que pone y quita los gobiernos de los países. El poder del dinero no es nuevo, viene de lejos. Ya a principios del siglo XIX el fundador de la dinastía Rothschild, Mayer Amschel Rothschild, se atrevió a pronosticar: “Dadme el control sobre el dinero de una nación y no me importará quién haga las leyes”.
Son muchos los que sospechan que todo aquello que actualmente sucede en Occidente y en particular en Europa, no es un hecho casual, sino que responde a un proyecto previamente diseñado que se va ejecutando con notable fidelidad y precisión. El plan Kalergi es, tal vez, el más claro ejemplo de ello. Simplemente, haré mención al obscuro personaje que lo diseñó, Richard Nikolaus von Coudenhove-Kalergi, masón, hijo de conde y diplomático austrohúngaro y de madre japonesa, que en 1923 elabora su tesis sobre la supremacía judía y cuyo objetivo es el genocidio de la raza blanca europea mediante el mestizaje y la inmigración masiva de no blancos a Europa. Quien lo desee puede encontrar fácilmente el libro Adiós Europa, de Gerd Honsik que describe de manera fiel el mencionado Plan Kalergi.
¡Que corta es la memoria! Porque son demasiados los muertos y muchos los locos que siguen campando, agazapados, esperando; no tienen prisa.
Los últimos atentados islamistas llevados a cabo en Barcelona y Cambrils, no servirán para poner remedio a esta lenta matanza que asola Europa. Poco cabe esperar de los políticos, de todos, de esos que, mintiendo, se atrevieron a llamar atropello a la masacre de Las Ramblas. Haciendo un simple repaso de los acontecimientos se aprecia que desde el principio estos politicastros tenían como objetivo mentir. Así, nada más producirse el atentado nos decían que una furgoneta había atropellado a algunas personas al comienzo de Las Ramblas. Luego negaban la muerte de los afectados, sólo heridos. Y hasta avanzada la noche un inútil, sectario, siniestro y supremacista “conseller” decía que sólo le constaba la muerte de una persona. ¡Cuántas mentiras en tan poco tiempo! A medida que avanzaba la noche la evidencia de los hechos iba destapando la verdad. Un atentado islamista había segado la vida de al menos 12 personas y herido a más de 80 (el balance final sería de 15 muertos y más de 100 heridos de diversa consideración).
Para nuestros mandatarios, al igual que para la gran mayoría de los de la Unión, quedará como un atentado terrorista más, que se olvidará pasado unos meses. Un acto más llevado a cabo por unos locos que buscan sembrar el terror y amedrentarnos. ¡Que corta es la memoria! Porque son demasiados los muertos y muchos los locos que siguen campando, agazapados, esperando; no tienen prisa.
Y por mucho que hablan de imponer la ley, son conscientes de que no ha habido, ni habrá guerra que se gane aplicando el Estado de Derecho.
Mientras tanto, los políticos, que andan bien protegidos, además de mentir, nos piden serenidad y prudencia a la vez que nos animan con frases rimbombantes sobre una quimérica victoria que ni ellos se creen. ¡Se les nota tanto sus mentiras!, que cuesta creer que alguien en su sano juicio se las trague. Conocen bien que así la partida no se gana, que de esta forma está perdida. Saben que esto es algo más que terrorismo; que por mucho que lo escondan se trata de una guerra que, además, es santa para un bando. Y por mucho que hablan de imponer la ley, son conscientes de que no ha habido, ni habrá guerra que se gane aplicando el Estado de Derecho.
Saludos.
T.McARRON
PS: Después de haber escrito este artículo ha fallecido una personas. El número total de muertos asciende por tanto a 16 personas.